Como los famosos automatas de Neuchatel, Rex expone las tripas para que veamos cómo funcionan: hay dos pulmones, un riñón, un bazo, un páncreas que segrega insulina en el torrente sanguíneo cuando hay exceso de glucosa y un corazón funciona con batería y que se pone en marcha con un sonoro blip. La sangre que circula por sus arterias llevando oxígeno a sus órganos artificiales también es sintética. No sabemos si es compatible con la dieta de los vampiros.
Rex -diminutivo de Robotic Exoskeleton- también mira, escucha y hace chistes (en la rueda de prensa le dijo a las cámaras que se sentía un poco observado). Sus oídos tienen un implante que estimula las fibras nerviosas del oído interno y un transductor que convierte las señales acústicas en señales eléctricas; el microchip de sus retinas reciben la información de las gafas y se comunican en tiempo real con un “cerebro” central, que procesa todos los datos y produce la respuesta adecuada a cada caso.
Su cabeza es una réplica de la de Bertolt Meyer, un psicólogo de la Universidad de Zurich que representa el proyecto y protagoniza el documental, pero Rex aún no tiene su cerebro. “La verdadera Inteligencia Artificial en el sentido de un cerebro con conciencia de sí mismo -asegura Meyer está varias generaciones más allá”. Gran parte del programa le sigue por los Estados Unidos, donde el gobierno ha invertido más de 100 millones de dólares en desarrollo de material biónico, buscando "partes" para construir a Rex. Además de la cara, tienen algo muy importante en común; una mano biónica de Touch bionics.
Hay quien ha comparado a Rex con el descubrimiento de los antibióticos,
un proyecto que empujó nuestra esperanza de vida veinte años y marcó el
principio de la medicina moderna. Aunque prometedor, este milagro no es
para todos los públicos: la suma de todas sus partes supera el millón
de dólares.